sábado, 25 de abril de 2015

ARQUEOLOGÍA Y PRÁCTICA POLÍTICA. REFLEXIÓN Y ACCIÓN EN UN MUNDO CAMBIANTE (Falquina Aparicio, A. – Marín Suárez, C. – Rolland Calvo, J. – Publicado en “ArqueoWeb: Revista sobre Arqueología en Internet, 2006)

Hacía mucho tiempo que había leído este artículo, y recuerdo que en su momento me había parecido interesante. Sin embargo, lo había leído al pasar. Hoy tiene otro sentido; y ya no solamente resulta interesante, sino necesario. Se trata quizás, de uno de los trabajos arqueológicos más radicales y críticos que ha caído a mis manos.
Si bien, salvo excepciones, la bibliografía utilizada en el paper no tiene orígenes anarquistas, sus resultados lo son claramente. No sólo discuten las nociones tradicionales sobre cultura material, cambio social y patrimonio arqueológico (que prefiero llamar “referentes arqueológicos”), sino que presentan conceptos y propuestas prácticas a tener en cuenta. Como bien dicen los autores, no hay un intento de apropiación de los postulados presentados, pero debe atribuírseles gran mérito en su análisis y explicitación.
La cita de Foucault con la que inician marca el tono de todas las páginas, apuntando claramente a romper con una arqueología que, desde sus orígenes, viene siendo verticalista y autoritaria: “Ahora bien, los intelectuales han descubierto, después de las recientes luchas, que las masas no los necesitan para saber; ellas saben perfectamente (…). Sin embargo, existe un sistema de poder que intercepta, prohíbe, invalida ese discurso y ese saber. Poder que no está tan sólo en las instituciones superiores de las censura, sino que penetra de un modo profundo, muy sutilmente, en toda la red de la sociedad. Ellos mismos, los intelectuales, forman parte de ese sistema de poder, la propia idea de que son los agentes de esa ‘conciencia’ y del discurso forma parte de ese sistema. El papel del intelectual ya no consiste en colocarse ‘un poco adelante o al lado’ para decir la verdad muda de todos; más bien consiste en luchar contra las formas de poder allí donde es a la vez su objeto e instrumento: en el orden del ‘saber’, de la ‘verdad’, de la ‘conciencia’, del ‘discurso’. Por ello, la teoría no expresará, no traducirá, no aplicará una práctica, es una práctica. Pero local y regional, como tú dices: no totalizadora. Lucha contra el poder, lucha para hacerlo desaparecer y herirlo allí donde es más invisible y más insidioso (…). Una teoría es el sistema regional de esta lucha” (Foucault 2001, conversación con Gilles Deleuze).
Con total conciencia de que la práctica investigadora es una práctica política, historizan a las ciencias sociales en general, y a la arqueología en particular, desde sus orígenes en el programa positivista de fines del siglo XVIII y el siglo XIX, cuando se instaura académicamente la tradición que separa Razón y Sujeto, buscando hallar las leyes naturales al margen de la intervención divina…pero también rechazando el carácter político de la ciencia y la toma de postura en las realidades contemporáneas al científico.
Así, siguiendo a Eric Wolf, expresan que las ciencias sociales, formalmente, surgieron como una herramienta para mantener el status quo, como arma intelectual para enfrentar a teorías críticas al capitalismo industrial. El programa positivista creado, entonces, se vinculó al utilitarismo y la racionalidad instrumental. Estas dos ideas, posicionan al ser humano como un ente meramente económico, que sólo busca satisfacer mediante la maximización, sus exigencias materiales ilimitadas. Esto mismo, excluye de la historia a la mujer, dado que considera que no juegan un rol destacado en la producción. Esta misma ciencia, debido a su concepción lineal y fatalista de la historia, busca legitimar la existencia de los Estados modernos, que son resultado del asentamiento del “espíritu” de los pueblos. Una visión totalmente esencializadora de lo cultural. La razón instrumental somete conciencias, agentes y grupos.
Pese a ser presentada como teoría radical, el marxismo posee características que lo posicionan dentro del programa positivista conservador: si bien es diferente debido a su carácter político, considera a la ciencia como forma de buscar una verdad universal, busca descubrir las leyes del desarrollo humano en la historia, y defiende el predominio del rigor científico frente a la moral.
La hegemonía positivista comienza a ser discutida tras la Segunda Guerra Mundial, produciéndose una brecha profunda en los procesos alrededor del Mayo Francés. Las nuevas dinámicas sociales expresadas en esos momentos, dieron pie a entender la investigación como una actividad compleja, llevada a cabo en contextos subjetivos y políticos específicos. De estos contextos surgen pensadores como Foucault, Bourdieu y Said, entre otros. Con ellos se explicita una de toma conciencia respecto a que la ciencia social “neutra” es una ficción simbólicamente eficaz, ya que ofrece como científica la representación dominante del mundo social. Se pone de relieve la trascendencia política de los campos científicos con respecto a la sociedad donde se desarrollan, y se cae en cuenta que el mandato de la objetividad impide cualquier intento de criticar a la sociedad. A pesar de ello, se busca mantener una distancia entre el trabajo académico y las acciones políticas del científico en sus contextos sociales. Es Chesneaux, quien rechaza totalmente la separación entre profesión y sociedad… así como lo hizo Berkman 70 años antes respecto al trabajo manual e intelectual. Discute el lugar del saber elitista y la función del saber histórico para ocultar la acción de agentes y grupos concretos.
Este repaso por las relaciones entre ciencias sociales y política sirve de preámbulo a los autores para abocarse a explicitar los postulados de lo que denominan una “arqueología responsable”. Definen arqueología como una “teoría histórica de la materialidad, que destaca el papel jugado por la cultura material en la estructuración de las relaciones sociales como relaciones de poder (orden social) y como ser histórico a través del que las metáforas hegemónicas colectivas refiguran ese orden (cambio cultural). Entendemos que esta práctica intelectual aporta un campo, contenidos y formas de razonamiento que dotan a agentes y colectivos de comunidades concretas contemporáneas con un importante arsenal crítico para comprender y superar las jerárquicas y desiguales estructuraciones de las realidades sociales actuales y futuras”. Una característica importante de la arqueología es que ésta permite indicar como la materialidad es una elemento activo en la configuración y sentido de las relaciones sociales, ya sea por medio de artefactos, ecofactos o elementos de la naturaleza que interactúan con el medio social, configurando el paisaje. La arqueología permite acceder al terreno práctico, experiencial y no discursivo de la acción, tanto pasadas como contemporáneas. Las implicancias de la materialidad en las relaciones de poder son alarmantes, y las demás ciencias sociales no se ocupan de ella. Pero para poder lograr este tipo de análisis, es necesario romper con la visión tradicional que la arqueología ha tenido de la cultura material, dislocada de las relaciones sociales, como mera clasificación de objetos. El debate sobre la capacidad de la cultura material como transmisora de información y como configuradora de prácticas sociales es aún pobre entre los arqueólogos.
Estas ideas estáticas de la cultura material comienzan a cambiar hacia la década de 1980, de la mano de la arqueología postprocesual, con la que se produce el “giro lingüístico”, protagonizado por las demás ciencias sociales en las décadas anteriores. Arqueólogos como Hodder y Tilley establecieron una visión de la cultura material como texto, en que el mundo material participa de una retórica que ayudaría a configurar las relaciones sociales. La cultura material no tendría significados unívocos, sino múltiples. Se la establece como lecturas del discurso social. El problema de esta arqueología interpretativa es que al proponer explicaciones infinitas, aunque logra desenmascarar la arbitrariedad de los discursos de poder naturalizados, el pasado se torna una constante narrativa donde no se pueden fijar significados. Todos los discursos son arbitrarios, todo se torna hiperrelativo, por lo que no se puede establecer un marco en el pasado para la crítica política en el presente.
La imposibilidad de fijar significados impide estudiar las relaciones sociales como relaciones de poder, algo a lo que la arqueología debe aspirar para poder intervenir en situaciones concretas, ya que las reacciones de los oprimidos no responden meramente a antagonismos discursivos sino a la propia experiencia y percepción de la existencia de condiciones de opresión establecidas por el orden social.
Teniendo en cuenta la teoría de la estructuración de Giddens y la noción de habitus de Bourdieu, los autores proponen que la cultura material nos puede situar frente a una serie de experiencias que el orden impuesto no logra apropiarse, fragmentos de órdenes sociales que intenta borrar: el comunitario, que aunque no totalmente conformado actualmente, sigue actuando sobre experiencias marginales. Las personas experimentan su historia por medio de la materialidad, mostrando lo traumático del abandono forzado de un modo de vida.
Respecto a las nociones de orden social y cambio cultural, dicen que coexisten dos posturas principales. Por un lado, la que entiende a la sociedad como entidad armónica en un sentido no conflictivo del término, por lo que entiende el cambio como externo a la dinámica de relaciones entre agentes; y por otro lado, una postura que se basa en la idea del antagonismo entre las partes que conforman la sociedad, provocando una conflictividad inherente. Una es conservadora, la otra destaca lo que va en contra del orden establecido. Para los autores, la arqueología como historia cultural debe entender a la sociedad como conflicto, siendo capaz de explicar las diferentes temporalidades que dan en un mismo grupo social. Debe explicar tanto las acciones de cambio, como las de mantenimiento y reproducción; la historia como correlación de fuerzas, por así decirlo, una amalgama de tensiones entre identidad y alteridad. Así, si se entiende que el cambio cultural está mediado por relaciones de dominación, también vemos que la resistencia de las posiciones subalternas está presente. En este sentido, comprenden que el orden social y el cambio cultural son siempre traumáticos.
Entender la materialidad como resultado de las tensiones sociales nos permite ejercitar la desnaturalización de las desigualdades reflejadas en la cultura material contemporánea. Entender las relaciones de dominación y resistencia en las diversas formaciones sociales del pasado, debería permitir abrir nuestra percepción respecto a las relaciones sociales que nos atraviesan; algo difícil desde otros abordajes no enfocados en la materialidad, dado que muchas veces, la violencia ejercida por el poder no es discursiva. Si la materialidad jugó un rol en las relaciones de dominación en el pasado, la desempeña en el presente. Vigilar y Castigar, de Foucault, es un excelente ejemplo al respecto. Observemos las obras públicas en nuestros entornos, las remodelaciones de plazas, las vías de acceso a un espacio urbano, etc. ¿Qué usos propician? ¿A quiénes van destinadas? ¿A quiénes marginan? ¿Qué prácticas pretenden eliminar?... Todas ellas nos dicen mucho más que cualquier discurso político.
Atendiendo a estos aspectos de la cultura material, lxs arqueólogxs pueden ejercer una labor de contrainformación y resistencia a los modelos partidistas que pretenden representar intereses generales, cuando realmente responden al mercado, a las autoridades administrativas y a los poderes fácticos. La única forma de resistencia, tanto en el campo como en la ciudad, es trabajar cotidianamente como parte de los movimientos sociales, como un vecino más implicado en las problemáticas locales.
Al tornarse así la arqueología una herramienta de resistencia y lucha social, se vuelve fundamental pensar formas de autofinanciación para el desarrollo de proyectos de investigación autónomos, así como de activación de referentes culturales al interior mismo de las comunidades concretas. Resulta inevitable pensar, desde las dinámicas específicas de un trabajo arqueológico autónomo, otras formas de valoración y producción, no ligadas al dinero y a lo mercantil.
La posibilidad de que en el transcurso de un trabajo planteado desde esta postura, a cierto punto se vea truncado por fuerzas represivas de distinto tipo, no debe desanimar a pugnar por llevarla a cabo. Es una respuesta esperable a toda actividad contestataria.
En la línea de lo sugerido, proponen el desarrollo de temas de investigación que apunten a resolver problemas actuales; el uso de dinámicas de grupos que propicien el diálogo y rechacen el narcisismo del orador catedrático que impone decisiones unidireccionalmente. Para facilitar esto, es primordial que discutamos las relaciones y los procesos de formación académicas, y propiciemos la constitución de redes de asociaciones de apoyo mutuo y ejecución de proyectos conjuntos entre colegas, sin olvidar que cualquier acción desempeñada tendrá éxito si forma parte de la comunidad donde se inserta.

Talleres de arqueología (experimentando otras formas de usos del espacio, o reutilizando tecnologías más autogestivas y ecológicas), actividades de contrainformación (mesas de difusión, señaléctica espontánea de espacios de memoria, rutas turísticas alternativas) y la presencia de los arqueólogxs frente a las administraciones públicas (exigiendo el cumplimiento de las obligaciones que los Estados se autoatribuyen sobre los referentes culturales, y rara vez cumplen), son acciones de gran potencial político y transformador de las realidades sociales contemporáneas.

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