En
la arqueología del Noroeste Argentino ha sido frecuente el empleo, ya sea
implícita o explícitamente, de los modelos sobre evolución social propuestos en
la década de 1960 por arqueólogos como Fried o Service, que establecen una
sucesión lineal de tipos de sociedades u organizaciones políticas, que va de
menor a mayor complejidad, especialmente en los aspectos políticos y
económicos. Así, un período de complejidad sociopolítica emergente es siempre
seguido por otro de mayor complejidad, estratificación y desigualdad. Cada uno
de estos tipos de sociedades cuenta con una estructura política (representada
por niveles de toma de decisiones), una organización económica y modo de
producción, un nivel de desarrollo tecnológico, una forma de ocupar el espacio,
entre otros, que les son propios. Se plantearon ciertas expectativas de
registro para cada caso (banda, tribu, jefatura o Estado), especialmente
expresadas en patrón de asentamiento,
infraestructura de producción y distribución de bienes, tipos de
edificios y tumbas, clases de bienes de consumo y desarrollo tecnológico, entre
los más importantes. Los trabajos arqueológicos que aquí reseño, nos proveen de
una imagen de la historia, las organizaciones sociales y los procesos,
sensiblemente diferente al que tradicionalmente brinda la disciplina
Cuando
se trata de procesos de doblamiento, gran parte de la arqueología tiende a
explicarlos como resultantes de procesos adaptativos en el sentido evolutivo.
Se dice que cuando una población crece, esta se dispersa hacia otros espacios
disponibles. Esta explicación no contempla la conducta social de las
expansiones territoriales. A Muscio, en su artículo “Sociabilidad y Mutualismo
durante las expansiones agrícolas en entornos fluctuantes: Un modelo de teoría
evolutiva de juegos aplicado al doblamiento del período temprano de la Puna de Salta,
Argentina” (2007, en el libro Producción y circulación prehispánicas de bienes
en el sur andino), le interesan justamente estos comportamientos, y los analiza
para el caso del doblamiento agrícola de la Quebrada de
Matancillas, en la provincia argentina de Salta y la puna norte de la misma
región. Su marco teórico no deja de ser profundamente biologicista, pero posee
algunos aspectos de interés para la Arqueología Anarquista.
La
región mencionada comenzó a ser utilizada para la producción agrícola en el
denominado Período Temprano. En los sitios Matancillas 1 y 2, con fechados en
torno al 2000 AP, se evidencian restos de maíz, quínoa, artefactos de molienda,
azadas, así como construcciones tales como canales de riego y estructuras de
cultivo asociadas a las de residencia. En este contexto, utiliza la Teoría
Evolutiva de Juegos como marco para abordar el comportamiento
involucrado en la evolución de las poblaciones agrarias, centrándose en el
modelo de Expansión Poblacional Oportunista. Así, plantea que la expansión de
la frontera agrícola, desde tierras bajas hacia la puna, debió ser resultado de
la expansión poblacional hacia ambientes de riesgo productivo y menor calidad,
debido al aumento de la población y por tanto la disminución del retorno
productivo.
Una
hipótesis rival a la de Expansión Poblacional Oportunista es la de Adopción
Selectiva, que propone que la agricultura evoluciona local y gradualmente como
una estrategia de ampliación del nicho económico, resultando en la toma de
decisiones optimizantes y la transmisión cultural. Para que esto se haya podido
dar en la región de estudio, debió haber tenido lugar en grupos de pastores y
cazadores con amplio uso de vegetales silvestres, que iban incorporando
gradualmente recursos cultivados y las tecnologías de producción a ellos
asociadas. Siendo así, hay que tener en cuenta que la dispersión de la
agricultura debió darse hacia espacios ya ocupados por otras poblaciones no
cultivadoras. Para analizar las interacciones entre estos dos tipos de
poblaciones, plantea que es útil pensar en relaciones de mutualismo, ya que no
hay evidencias de lucha territorial y exclusión; lo que de por sí, es todo un
dato.
Dado
que la puna argentina es ecológicamente un espacio de baja productividad
primaria (aquí, claro, visto desde la perspectiva de un investigador occidental
inserto plenamente en el sistema capitalista), la posibilidad de economías de
gran escala basadas en el uso intensivo del espacio es limitada. Así, a medida
que aumenta la población local, aumentan los recursos requeridos para
mantenerla, requiriendo mayor espacio productivo, que se torna cada vez más
costoso tanto por distancia, inversión necesaria, como por su baja calidad. La
relación costo-beneficio se equipara, y tanto para las poblaciones que quieren
establecerse para cultivar, como para los cazadores-recolectores previos en el
territorio, la competencia se torna poco rentable. Se propone que en esta
situación ocurre un “robo tolerado del espacio”, llevando a que se desarrollen
acciones cooperativas con vecinos en nichos económicos divergentes. El autor
destaca que en esta propuesta teórica, el mutualismo es resultado de toma de
decisiones que emergen de un orden social basado en la seguridad.
Sintetizando
y obviando la presentación de los cálculos matemáticos y probabilísticos que
hace el autor, se puede decir que la evidencia de los sitios Matancillas
muestra que hacia el 2000 AP, esta quebrada puneña fue colonizada por
poblaciones basadas en la economía agrícola, subordinando ésta todas sus demás
estrategias. Del análisis de las matrices de juego concluye que la mejor
estrategia para la expansión agrícola en la Puna Norte
debió ser una basada en la obtención de espacios productivos localizados en el
rango de otras poblaciones no agrícolas, que no los defendieron y con las que
establecieron relaciones de mutualismo que sirvieron para la minimización
recíproca del riesgo. Al mismo tiempo esta fue también la mejor opción para las
sociedades de pastores y cazadores expuestos a los avatares del riesgo. Se
trataría de sociedades con interacciones intergrupales inmediatas, básicamente
entre parientes, con formas de organización social de “baja escala de
complejidad”, lo que es tradicionalmente aceptado para los grupos del Período
Temprano.
Manteniendo
el sentido lineal con que estamos acostumbrados a entender la historia,
avanzamos en el tiempo, y nos movemos un poco hacia el sur, aunque sin salirnos
nunca del noroeste argentino. Viajamos hasta el Valle de Tafí, en la provincia
de Tucumán, donde Salazar, Franco Salvi y Berberían centraron su investigación
plasmada en “Producción y reproducción social durante el primer milenio en el
Valle de Tafí” (2012, presentado en el Taller de Arqueología del Período
Formativo en Argentina). Dicen que este territorio fue habitado a lo largo del
primer milenio de nuestra era por poblaciones que iban aumentando su densidad,
basadas en economías agrícolas y pastoriles, que utilizaban un sistema de
asentamiento caracterizado por la instalación de unidades habitacionales y
productivas distribuidas de forma dispersa en el paisaje (algo que suena
similar al resultado del proceso de doblamiento visto antes).
Se
considera generalmente, para esta época, se dieron comportamientos que fueron
la base para la desigualdad social y la centralización política. Muchos autores
proponen que fueron apareciendo polos de desarrollo a partir de la acción de
individuos que conformaban elites, capaces de gestionar y redistribuir la
producción excedentaria resultante de mejoras tecnológicas. Se interpreta que
hubo varias “jefaturas” incipientes, no unificadas, en torno a un poder de tipo
religioso materializado en centros ceremoniales, legitimado por el uso de un
repertorio ideológico compartido que permitía tender redes de interacción a
escala macro-regional.
Los
autores buscan pensar los cambios y continuidades en las prácticas sociales
desde la idea de reproducción social, o sea “el proceso histórico mediante el
cual las prácticas de agentes, con predisposiciones generadas en el pasado,
pero enfrentados a condiciones novedosas, actualizan las estructuras
preexistentes replicándolas y transformándolas”. Analizando el paisaje aldeano,
los espacios residenciales y productivos, asientan la hipótesis que propone que
los fenómenos asociados a la conformación de sitios concentrados o la
dispersión de sitios domésticos en la región de estudio pueden explicarse desde
por prácticas desempeñadas por personas que eran miembros de grupos domésticos
extensos y con identidades que tendían a la segmentación.
Los
trabajos de prospección revelaron un paisaje aldeano con gran continuidad en
las formas de diseñar, construir y utilizar el espacio, llevando a pensar en
una modalidad definida por el crecimiento espontáneo generado por unidades
sociales fragmentarias. Los sitios rara vez se pueden individualizar
claramente, ya que los márgenes de uno siempre están cerca de las
construcciones de otro, y no se observan estructuras de aislamiento, como
murallas perimetrales. Del mismo modo, no se observa la constitución de
espacios centrales, como plazas o ámbitos públicos diferenciados. Una
estructura de características que se acercan a lo dicho es un montículo que
pudo ser escenario de actividades comunales, pero su emplazamiento de fácil
acceso y sin estructuras residenciales asociadas, hacen notar que pudo tener un
completo libre acceso. Otro tipo de unidades constructivas son lo que se ha
denominado “patrón Tafí” o “Margarita”, y que se observa en todo el paisaje. Se
trata de patios subcirculares conformados por un muro perimetral, anexado a
varios recintos, también circulares. Se constituyen como conjuntos aislados,
conformando células independientes. No hay espacios intermedios, por lo cual el
acceso de un conjunto a otro no está limitado por nada. Estos conjuntos
residenciales no están dispuestos de manera ordenada en el espacio ni presentan
algún tipo de jerarquización. Cada grupo pareció haberse acomodado al espacio
disponible. Otro rasgo del paisaje son los espacios agrícolas, también
fragmentarios, caracterizados por estructuras tales como canchones,
aterrazamientos, reglas y campos despedrados.
Según
la evidencia cerámica recuperada en prospecciones permite asociar la ocupación
de la zona en el primer milenio, lo que no implica que no hayan ocurrido ocupaciones
posteriores. Si bien esperaban observar evidencias de cambios en la ocupación a
lo largo del tiempo, éstas no se presentan claramente en el registro
arqueológico, presentando los paisajes, más continuidades y persistencias, que
cambios. Es así que, las viviendas parecen haber sido, en términos de proceso
constructivo y ocupación, de larga duración y crecimiento paulatino. La
organización arquitectónica y la relación entre estructuras permite observar
una diferenciación entre espacios semi-públicos y privados, pero la misma hacía
que las acciones de los co-residentes puedan ser observadas por todo grupo.
Parece ser, que cuando un grupo crecía demasiado, parte de él se escindía,
fundando una nueva célula residencial, en la que se reproducían las mismas prácticas.
Se puede decir, entonces, que a lo largo del primer milenio el Valle de Tafí,
fue habitado por grupos poblacionales con un alto grado de autonomía, no
relacionados de manera jerárquica, y que utilizaban posibles espacios de tipo
ceremonial de modo libre.
Construcción residencial del Período Temprano en Tafí del Valle.
Aproximadamente
para la misma época, en el Valle de Ambato, ubicado en la provincia de
Catamarca, unos cientos de kilómetros sal suroeste del Valle de Tafí,
posiblemente surgió lo que en la arqueología argentina se conoce como cultura
de La Aguada. Ésta suele ser considerada como el cisma entre las sociedades más
o menos igualitarias y las organizadas con jerarquización y diferenciación
social. Sin embargo, el trabajo “Complejidad y heterogeneidad en los Andes
meridionales durante el Período de Integración Regional (siglo IV-X d.C.).
Nuevos datos acerca de la arqueología de la cuenca del río de Los Puestos
(Dpto. Ambato – Catamarca, Argentina)”, escrito por Cruz (2006, en el Bulletin
de l’Institut Français d’Ètudes Andines 35-2), aporta una perspectiva
completamente diferente al comúnmente aceptado. Los datos por él aportados
sugieren que estas sociedades presentaban un alto grado de heterogeneidad, sin
centralización evidente del poder, ni desigualdad en el acceso a recursos y
bienes simbólicos. Si bien, se observan cambios respecto a períodos previos,
parece ser que las relaciones sociales fueron basadas en la reciprocidad y no
en la competencia y la dominación.
Los
datos de las prospecciones contradicen la supuesta centralización siempre
esgrimida, debido a que la presencia de sitios complejos (grandes y con
espacios diferenciados) aumentó. Respecto a los espacios de cultivo, las
terrazas siempre fueron construidas de manera rústica con piedras del lugar,
usando las rocas grandes como base de recintos y los afloramientos para
establecer morteros colectivos (múltiples). Todos los elementos hallados
sugieren un modelo económico basado en la rentabilidad de la inversión de la
fuerza de trabajo y la diversidad tecnológica. Resulta notoria la ausencia de
grandes cantidades de estructuras de almacenaje. Con un modelo productivo
basado en la diversidad, podrían haber dispuesto de gran variedad de productos
sin necesidad de general grandes redes de intercambio. Esta posible autonomía
parece evidenciarse en la poca cantidad de objetos de la zona en otras
regiones, al igual que lo contrario.
Respecto
al modo de ocupación del espacio, los nuevos datos llevan a reformular la
categoría de “centros ceremoniales” propuestas para dos de los sitios más
conocidos y grandes de Ambato: La Iglesia de los Indios y el Bordo de los
Indios. Éstos ya dejan de reflejar centralidad política. Aquí, se torna
interesante señalar, que a pesar de las diferencias en tamaño de los sitios, el
resto de la cultura material no muestra desigualdades, sobre todo la cerámica.
Las excavaciones al interior de los recintos indican una especie de ósmosis
entre los distintos contextos de la vida cotidiana, tales como el doméstico, el
de producción artesanal y el ritual. Los mismos espacios fueron ocupados para
diversas actividades.
La
iconografía cerámica, saturada de imágenes de jaguares y personajes
antropomorfos felínicos, siempre se asoció a la presencia de un poder político,
pero pudo más bien buscar resaltar la filiación identitaria. La cerámica
decorada así, invade todos los espacios de los sitios.
La
suma de los datos presentados en el artículo posibilita hipotetizar respecto al
modo de organización social de los habitantes de Ambato, cambiando
profundamente la imagen hasta el momento construida. Cruz propone, desafiando
la imagen universalizadota y tipológica de las jefaturas, una sociedad
heterárquica, o sea, basada en un modelo rizomático y de gobernancia. El
primero refiere a un conjunto de redes unidas por relaciones autorreguladas cuyo
principio sería la cooperación, mientras que el segundo remite al conjunto de
sistemas de regulación intencionales generados a causa de la interacción de las
personas con numerosas organizaciones sociales, instituciones y el medio
ambiente. Así, la heterarquía propuesta no niega en todos los casos las
relaciones de orden jerárquico pero sí la institucionalización de una
jerarquía.
Si
bien se pueden identificar rasgos de tensiones sociales, esto no significa que
las mismas hayan terminado desembocando en el establecimiento de elites, de
jerarquías bien asentadas. Más que esto, parece ser que hacia momentos
posteriores, durante lo que se conoce como Período de Desarrollos Regionales,
pudo haberse dado un cambio desde esta forma de organización rizomática, en
red, hacia sociedades de tipo corporativo…las cuales también se alejan de la
imagen clásica de desigualdad social.
Plano del sitio arqueológico La Rinconada, en Ambato.
Sobre
las sociedades de este momento histórico, el Período Tardío, o Desarrollos
Regionales, es Acuto quien ofrece una visión que rompe el marco de las viejas
interpretaciones que el mainstream continúa reproduciendo. En “Fragmentación
vs. Integración comunal: Repensando el Período Tardío del Noroeste Argentino
(2007, publicado en Estudios Atacameños, Arqueología y Antropología Surandinas
34), analiza la evidencia de la región conocida como Valle Calchaquí Norte.
Explica que esta época que ha sido caracterizada como marcada por conflictos
interregionales, complejidad sociopolítica, desigualdad social y
estratificación económica institucionalizadas, pudo haberse configurado,
justamente, de modo totalmente inverso. Afirma que la integración comunal y la
homogeneidad simbólica y material, así como el control comunal en pos de frenar
las desigualdades fue la norma del período.
Disecciona
los cuatro principales indicadores arqueológicos que llevaron a interpretar al
Tardío como un período de desigualdad: los sistemas de asentamientos compuestos
por sitios de diferente jerarquía, las evidencias conflictos y guerras, la
presencia de objetos que indican especialización artesanal y bienes de elite, y
las diferencias en los ajuares depositados en las tumbas. Respecto al primer
indicador, dice que en realidad no se han hallado evidencias de administración
y control de la producción excedentaria, como tampoco espacios arquitectónicos
político-administrativos o de reproducción de relaciones sociales y estructuras
de poder. Respecto a los bienes materiales, tampoco se observan marcadas
diferencias en el consumo y uso en los complejos residenciales, sino que todos
usaban los mismos tipos de objetos y herramientas. Los conglomerados
habitacionales compartían muros y senderos, permitiendo que todos puedan ver
que estaban haciendo otros en sus residencias, qué consumían o qué rituales
estaban llevando a cabo. Los patios, suelen comunicar varias residencias,
conformándose así en espacios ideales para el trabajo colectivo y la
socialización más allá de la unidad doméstica. Parece ser que la forma de
concebir el espacio doméstico no incluía una preocupación por la privacidad.
Un
aspecto importante sobre las experiencias que se vivían en un asentamiento del
Período Tardío fue la homogeneidad material. En estos poblados, todos residían
en viviendas de diseño, formas y técnicas constructivas similares, empleaban
los mismos tipos de artefactos, aplicaban las mismas técnicas y motivos para
decorar los objetos y consumían bienes similares. Al circular por estos
asentamientos, visitar a vecinos o participar de actividades comunales, las
personas podían percibir la redundancia material, experimentando un paisaje
material uniforme y repetido que debió haber contribuido a establecer un
sentido de semejanza, donde cada familia o grupo era el reflejo del otro.
Se
puede pensar que esta forma de organizar la sociedad buscaba limitar la
posibilidad de que algunos individuos intentasen fracturar la comunidad creando
distinción y desigualdad. Quizás éstos, hallaban oportunidad de destacar en las
actividades bélicas. Así, el mundo al interior de los poblados pudo haber
estado en tensión y contradicción con el mundo fuera de ellos.
Vista de un sector del sitio Santa Rosa de Tastil, del Período Tardío.
Posiblemente,
estos individuos que se veían limitados a acceder a posiciones de poder,
lograron alcanzar cierto éxito en sus objetivos al momento que ingresó a la
región el aparato político del Imperio Inka. Esta posibilidad es desarrollada
por el mismo autor en su texto del año 2011 “Encuentros coloniales, heterodoxia
y ortodoxia en el Valle Calchaquí Norte bajo el dominio Inca” (publicado en
Estudios Atacameños 42). En este artículo, Acuto explica que la dominación
incaica produjo una profunda transformación en la concepción de agencia de las
comunidades, así como en la de algunos individuos. Algunos aprovecharon el
nuevo contexto sociopolítico para posicionarse socialmente, mientras que otros
se aferraron a sus prácticas tradicionales como forma de resistir al
colonialismo.
De
acuerdo con las teorías de la práctica y de la agencia, existe una relación
dialéctica entre la estructura social y las acciones y prácticas de las
personas: la estructura da forma a la acción (habilitándola, encausándola y
restringiéndola), pero al mismo tiempo las acciones y prácticas que las
personas desarrollan, producen y reproducen las condiciones estructurales. A
través de sus acciones, los sujetos no solo reproducen las estructuras sociales
(especialmente las condiciones estructurales de las cuales ellos no son
consientes), sino que también pueden transformarlas (especialmente a través de
las consecuencias no intencionadas o no buscadas de sus acciones). Es así que se
debe diferenciar entre las acciones que se producen por el sentido práctico o
habitus que las personas adquieren y aplican en su vida cotidiana y las
acciones conscientes, intencionales y estratégicas que se planifican para
alcanzar fines determinados. El mundo de la vida cotidiana es así el trasfondo
familiar, no problemático e incuestionable de la vida diaria. Es la manera
normal y esperada en que las actividades, espacios y objetos cotidianos están
organizados y estructurados para contextos históricos y culturales específicos.
El mundo de la vida es el ámbito más sedimentado y naturalizado de la vida
social, lo que hace que se encuentre más allá de la conciencia de las personas.
Por lo tanto, ni la agencia ni las acciones intencionales y estratégicas pueden
modificarlo fácilmente, al menos mientras nada lo contradiga o muestre su
arbitrariedad.
Para
Bourdieu, es en el contexto de crisis económico-política o en situaciones de
contacto cultural cuando las personas se dan cuenta del carácter arbitrario de
su mundo de la vida o doxa. En estas circunstancias pueden darse dos
situaciones. Por una parte, algunas personas pueden aprovechar la oportunidad
para intentar transformar las condiciones estructurales, desarrollando acciones
orientadas a generar cambios en el orden social, la heterodoxia; mientras que aquellos
que no desean el cambio social llevan a cabo estrategias que Bourdieu describe
como ortodoxia, orientadas a preservar, a como dé lugar, el orden de las cosas.
Como
todo proceso colonial, la ocupación inka en el Valle Calchaquí Norte alteró la
vida cotidiana de la sociedad local. Establecieron alianzas y tuvieron
relaciones más fluidas con algunas comunidades que con otras. La evidencia que
una de las comunidades con la que entablaron buenas relaciones fue la que habitó
el sitio denominado La Paya. En él, la presencia del imperio se atestigua en
objetos de estilo incaico presente en algunas tumbas, la construcción de un
edificio en medio de estructuras locales (denominado Casa Morada), y la
construcción se un sector público-ceremonial asociado a residencias de elite
frente a La Paya.
En
el nuevo contexto social que produjo la colonización, aquellos que decidieron
incluir objetos inkaicos en las tumbas de sus difuntos habrían roto con una
tradición fúnebre sedimentada. Quienes produjeron estas tumbas comenzaron a
asociarse con los conquistadores foráneos. No solo sus sepulcros dejaron de
citar exclusivamente a la vida diaria y doméstica, comenzando a mirar hacia
fuera del mundo de la vida cotidiana, sino que empezaron a generar distinción
social a partir de la inclusión de objetos asociados con la colonización inka.
La
Casa Morada presenta una única puerta orientada hacia el norte. Frente a esta
puerta, a unos pocos metros, está el alto muro de una estructura adyacente que
sirvió para bloquear el acceso visual al interior del edificio. Así, la única
manera de mirar hacia adentro era parándose directamente frente a su única
puerta. Para evitar que extraños tuvieran acceso directo a este peculiar
edificio, se clausuró un acceso que conectaba el patio donde la Casa Morada fue
construida desde un patio vecino y se relocalizó a unos pocos metros al sur en
la misma pared. Así, tanto el acceso como la privacidad fueron aseguradas. Las
excavaciones proveyeron de objetos de uso doméstico, y no de otras actividades,
por lo que debió tratarse de una residencia. La inclusión de la Casa Morada en
La Paya muestra que quienes allí residían optaron claramente por la distinción
en lugar de la semejanza y la comunalidad.
Frente
a La Paya, se ubica un sitio denominado Guitián. Su principal característica es
la presencia de un espacio público/ceremonial inka de pequeña escala. Éste está
compuesto por una plaza rectangular, una plataforma de piedra o ushnu, un amplio edificio rectangular o kallanka y cuatro complejos residenciales
inkas o kancha, todas típicas construcciones de los centros inkas provinciales.Dentro
de Guitián, la segmentación era aún más evidente. Hubo una clara demarcación
entre los residentes de las kancha inkas, quienes tenían un acceso directo al
espacio público y a los edificios rituales/administrativos, y aquellos que
habitaban en las casas locales, tanto dentro del perímetro del sitio como por
fuera de éste, adyacentes al lado oeste del muro perimetral. Si como la
evidencia sugiere quienes habitaban en la Casa Morada y en los complejos
residenciales inkas y locales de Guitián eran nativos del valle Calchaquí
Norte, los primeros convertidos en agentes del Tawantinsuyu y los segundos en
personal de apoyo y servicio; entonces es posible afirmar que los inkas
introdujeron a la vecina comunidad de La Paya a un mundo caracterizado por la
fragmentación, la distinción y la privacidad.
Así
como estas evidencias muestran la aparición de prácticas heterodoxas, otras
evidencian una fuerte tendencia a la ortodoxia. Teniendo en cuenta que de los
203 sitios del Período Tardío / Inka detectados en la región, solo 6 muestran
una mezcla entre arquitectura nativa e imperial, se puede decir que, o los
pobladores locales no estaban interesados en reproducir los patrones inkas, o
que éstos no permitieron a los colonizados llevarlo a cabo. Respecto a la
cerámica, se observa una relación similar, además de que la manufactura de los
objetos asociados al Estado no corresponde a producción local. Así, la cerámica
calchaquí se mantuvo con pocos cambios durante este período, aunque la elite
recién formada comenzaba a utilizar el tipo importado como forma de representar
su estatus y legitimar su poder. Podría pensarse que los alfareros locales
prefirieron mantener su producción, portadora de ideas propias en su
iconografía, fuera del alcance de la dominación.
Casa Morada, sector Inka del sitio La Paya.
Finalmente,
parece ser, que una vez iniciada la conquista por parte de los invasores
españoles, otra vez como forma de resistencia, de ortodoxia, los pobladores del
Valle Calchaquí Norte, prefirieron aferrarse a ciertos patrones incaicos.
Finalmente, durante el Período Colonial, iniciado en la región a mediados del
siglo XVI, se produjo una fuerte ruptura en las formas de vida y organización
previas. Esto, sin embargo, no ocurrió sin resistencia ni lucha, todo lo
contrario; como lo atestiguan los registros de las denominadas Guerras
Calchaquíes. Como bien dice Lorandi en “La Sociedad Colonial. Nueva Historia
Argentina” (2000), a mayor fragmentación del poder, mayores dificultados tiene
el invasor para lograr la dominación. En ausencia de gobierno, los españoles
debieron conquistar territorio tras territorio, poblado tras poblado,
redoblando esfuerzos y multiplicando fracasos. Ambas partes debieron sostener
una guerra, con sus idas y vueltas, que terminó durando más de 100 años. El
resultado fue enormes genocidios, retraslados poblacionales, desarticulación de
comunidades, diversas formas de esclavitud. Según la autora, recién hacia fines
del siglo XVII el Valle Calchaquí comenzó a ser lentamente repoblado, con
identidades reconfiguradas y prácticas impuestas, gestándose una “sociedad
criolla”. La conformación el Estado argentino, a inicios del siglo XIX, no
contribuyó a que mejore la situación, continuando con los genocidios, la
marginación y la invisibilización de identidades y formas de organización
locales. Sin embargo, ellas están presentes en los descendientes de las
poblaciones que habitaron este territorio por miles de años, y que actualmente
siguen luchando por su verdadera liberación.
El pueblo en lucha.